Leyendo diversos textos en la apasionante labor de documentarme para un escrito, me encuentro con un fraile carmelita del siglo XVII, fray Gerónimo de la Concepción. Gaditano de nacimiento, se le llenaba la boca cantando las alabanzas de la ciudad trimilenaria. No contento con afirmar que en ella se encontraba la primera Corte de España y que de ella partieron los primeros descubridores de América, asevera que los Reyes Magos pasaron por Cádiz camino de Belén y que “Jesús descendía de mujer gaditana”. Además, en ella sitúa los Campos Elíseos, el paraíso de las culturas clásicas de Grecia y Roma.
Como decía alguien muy querido por mí, “la pasión no quita el conocimiento”. Pero está claro que de todo hay en la viña del Señor. En cualquier caso, no seré yo quien le refute sus teorías ni minimice sus elogios. A los ojos de cualquiera con un mínimo sentimiento de arraigo, su tierra natal es la mejor del mundo mundial.
Yo también tengo sangre gaditana, así que admito que no soy del todo objetiva. Pero sentimentalismos aparte, Cádiz es mucho Cádiz. Pocos lugares existen con tanta historia. Ya lo decía el tanguillo “Aquellos duros antiguos”, que la gente buscaba desaforada a la orilla del mar. La gracia chirigotera no devalúa su trasfondo, pues apenas se escarba aparecen restos antiguos a porrillo. Su catedral, su teatro romano, sus murallas, castillos, baluartes y su yacimiento fenicio, hablan por sí solos.
Fundada por los fenicios más de un milenio antes de Cristo, sólo ochenta años después de la caída de Troya, “la perla de Occidente” es la ciudad más antigua del mundo occidental. A su puerto arribaban los barcos de Oriente transportando especias, marfil, madera de cedro... Y allá por el XVIII, los de las Indias Occidentales, cargados de riquezas. Fue tan próspera en esa época que hasta surgió una nueva clase social: la burguesía comercial. Posiblemente su apelativo de “La tacita de plata” tenga que ver con la afluencia de dicho metal en el siglo XVIII.
También se relaciona con el mito de la Atlántida de Platón, una isla “más allá de las columnas de Hércules” que se hundió en el océano hace once mil años castigada por los dioses tras intentar invadir Grecia. Existen restos arqueológicos que se pueden considerar evidencias, pero al igual que la legendaria ciudad “El dorado”, transita entre la fábula y la realidad. Como las meigas gallegas, que nadie ha visto pero “haberlas, haylas”.
Fue capital provisional de España durante la invasión napoleónica. De ella partió la flota española que combatió en la Batalla de Trafalgar (aunque nos dieron por todos lados). En Cádiz se promulgó la primera Constitución española en 1812, la famosa “Pepa”. En plena Guerra de la Independencia contra la invasión napoleónica. Décadas después se originó la Revolución de 1868, “La Gloriosa”. Impulsada por el General Topete (que se encuentra entre mis ancestros), destronó a Isabel II.
Y ahí lo dejo. Pensándolo bien, tal vez fray Gerónimo de la Concepción tuviera más razón que un santo y el Niño Jesús era más gaditano que Camarón de la Isla.

