viernes, 10 de octubre de 2025

Otoño en Nueva York


Hace ya unos añitos que el destino quiso llevarme a la Gran Manzana. Me inspiraba cierta curiosidad, aunque confieso que no era uno de los lugares que me moría por conocer. Me atrae más la vieja Europa. Ciudades con historia y un poso cultural, paisajes naturales, escenarios mediterráneos o latinoamericanos. Seguramente, porque me siento más cautivada por el pasado que por el futuro. Pero mi primo se casaba allí con una encantadora neoyorkina, proporcionándome la excusa perfecta. Me dije: “Aprovecha, es ahora o nunca”.

Es la capital del mundo occidental, la “antigua Roma” del siglo XXI, el epicentro del capitalismo. El mayor plató de cine al aire libre. Cuántas veces hemos visto en la gran pantalla sitios míticos como Central Park, el Puente de Brooklyn, la Estatua de la Libertad o el Empire State Building.

La ciudad que nunca duerme, tan llena de referencias familiares que me parecía haberla recorrido antes. Esas escenas que forman parte del imaginario colectivo como el humo saliendo de las alcantarillas, los famosos taxis amarillos, los puestos callejeros de hot dogs, el Skyline al atardecer o Times Square de noche me hicieron sentir como en una película. Y todo a lo grande, demostrando que son la primera potencia mundial (algo que dicho sea de paso les encanta).

Lo cierto es que no soy fan de la cultura estadounidense en general, sin embargo me apetecía asomar la cabeza a ese peculiar universo. Constaté esa grandiosidad que conocemos por tantos testimonios visuales y escritos: La Quinta Avenida, Broadway, Washington Square, Wall Street, el Waldorf Astoria, la Universidad de Columbia...

Fue un sueño contemplar los escaparates de Tiffany (me faltó el café y el croissant, pero gocé como una niña chica) o visitar el Metropolitan, que es una auténtica pasada. Recorrer Central Park, lleno de ardillas juguetonas, lagos, fuentes, puentes preciosos e infinidad de vegetación con tonos rojizos y amarillentos.

Fui en Octubre, diría que una de las mejores épocas para ir a Nueva York. La temperatura era agradable, aunque más fresca que en España. La decoración de Halloween invadía cada rincón, había calabazas por doquier: en las fachadas de las viviendas, en las tiendas y restaurantes. Todo era Pumpkin pie, Pumpkin spice, Pumpkin coffee...

Me alojé en Brooklyn, aunque el meollo está en Manhattan. Las distancias eran brutales, acababa todos los días reventada a pesar de moverme en metro. Mi smartwatch me hacía la ola cuando llegaba al apartamento por tantos pasos registrados.

Probé esas pizzas enormes (aunque no son mis favoritas), unas hamburguesas deliciosas y una barbacoa autóctona en un asador typical american. También una singular cerveza de calabaza, como no.

Mi guía de cabecera fue “Lugares que no quiero compartir con nadie” de Elvira Lindo. Traté de visitar todos los rincones que recomendaba, aunque pocos días, un grupo grande, la agenda apretada y trayectos kilométricos no me lo ponían fácil. También tuve muy presente las andanzas neoyorkinas de Holden Caulfield con su gorra roja de cazador en “El guardián entre el centeno” .

Por supuesto, no se me iban de la mente “Cuando Harry encontró a Sally”, “Esencia de mujer”, casi toda la filmografía de Woody Allen, “Érase una vez en América”, “Tienes un e-mail”, y otras tantas películas ambientadas en Nueva York.

Cogí el ferry a Staten Island, saludando a “Miss Liberty”. La vista desde el piso 76 del Rockefeller Center fue un espectáculo. Me encantó la pista de patinaje sobre hielo tan emblemática con la escultura de Prometeo que hay junto a él. También el Jardín Botánico, la Biblioteca Pública y Grand Central Station. Imposible no recordar la escena del carrito de niño en caída libre por las escaleras de “Los intocables de Eliot Ness”.

Me impactó el Cloister Museum, en el que había claustros románicos catalanes y franceses llevados piedra a piedra. Sentí una mezcla de rabia y admiración. Como no tienen una cultura milenaria se la construyen con elementos ajenos. Chinatown y Little Italy me decepcionaron un poco. Y las estaciones de metro me parecieron sucísimas. Con avistamiento de enormes ratas incluido.

Sin duda merece una visita, pero es una ciudad en la que no me gustaría vivir ni tengo previsto volver. Eso sí, el Otoño le sentaba de maravilla. 

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