miércoles, 21 de mayo de 2025

No complain, no explain


Al parecer la icónica reina de Inglaterra seguía una consigna que por ende se extendía a toda la monarquía británica (o “The firm”, enfatizando su vocación empresarial): No complain, no explain. Es decir, no quejarse ni dar explicaciones.

Cuando surge una polémica (y las han tenido de todos los colores, algunas a pique de dinamitar la institución), cuando se les pregunta por cualquier asunto (sea escabroso o no), cuando cumplen con una obligación intrínseca al cargo que desempeñan, el protocolo dicta no mostrar desagrado ni justificarse de ninguna forma. Será por aquello de “el que se excusa se acusa”. O porque les debe parecer de mal gusto expresar malestar cuando siguen ahí a pesar de las controversias, simbolizando el imperialismo y la tradición que son su seña de identidad desde tiempos inmemoriales.

El caso es que siempre me ha parecido un comportamiento profundamente británico, que revela esa flema que los define. Parecer impasible, no exteriorizar emociones.

Tratándose de los Windsor, que hasta tuvieron que buscarse un nombre nuevo ante el desprestigio alemán tras la segunda guerra mundial (Mountbatten sonaba demasiado germánico), desde el que prefirió el amor a la corona, pasando por el trágico fallecimiento de la “Princesa del pueblo” hasta las impúdicas conversaciones telefónicas en torno a un objeto de higiene femenina y el “Megxit”, una entiende que con semejante panorama la actitud más prudente sea callar y no meterse en más jardines de los necesarios.

Pues lo que en su día consideré una conducta fría, más británica que el té de las cinco, lejos de la humanidad que debería manifestar la monarquía en los tiempos que corren (cada vez caminan más al borde del abismo), ahora no me parece una actitud tan censurable. No porque sean conscientes de su precariedad, sino porque es la mejor forma de blindarse y protegerse.

De hecho, considero que no es mala idea aplicarse ese lema. Alguna vez he tenido esa sensación de “qué buena ocasión de callarme he perdido”. Y es especialmente aplicable a aquellos que se encuentran en la palestra pública. Por la boca muere el pez, y las palabras no se las lleva el viento. A menudo el arte de la prudencia, virtud propia de sabios como señalaba Baltasar Gracián, brilla por su ausencia. Se nos olvida que valemos más por lo que callamos que por lo que decimos.

La queja en pequeñas dosis se puede tolerar, todos tenemos derecho a desahogarnos, pero nadie soporta a los que hacen de ella una forma de vida. Por lo tanto No complain, no explain bien podría haber sido una de las más acertadas meditaciones del emperador Marco Aurelio. Medir las consecuencias de nuestras acciones nos evitará innumerables quebraderos de cabeza. Y Lilibet lo sabía de buena tinta. 



jueves, 15 de mayo de 2025

Éramos felices y no lo sabíamos


Cuando echas la vista atrás reparas en la cantidad de veces en las que tocaste el cielo con los dedos y no fuiste consciente. La vida juega malas pasadas que te arrebatan la venda de los ojos, demostrándote que lo que dabas por sentado puede tambalearse en cualquier momento.

No creo que la felicidad esté sobrevalorada, sino que a veces nuestras expectativas son poco realistas y se ven defraudadas. Pero peor sería vivir sin ilusiones por temor a la decepción.

Es uno de esos conceptos etéreos que el tiempo te revela más tangible de lo que creías a pesar de su componente efímero. Sería absurdo pretender ser constantemente feliz. Para apreciar la luz hay que conocer la oscuridad.

Vas aprendiendo que más que ser un objetivo abstracto, hay que trabajársela cada día. Que no depende tanto de la suerte o las circunstancias como de tu actitud, aunque no siempre consigas que sea la adecuada. La experiencia te enseña que lo más importante no es lo que te sucede, sino cómo reaccionas ante ello. La certeza de su subjetividad resulta reconfortante aunque sea un arma de doble filo, pues la responsabilidad recae básicamente sobre ti. Depositarla en manos ajenas es demasiado arriesgado. Otra cosa es compartirla, pero para eso hay que tenerla. Y confiar hasta en la bondad de los desconocidos, como Blanche Dubois de “Un tranvía llamado deseo”.

En opinión del psiquiatra Enrique Rojas, a partir de cierta edad la felicidad es salud y paz mental. Afortunadamente no me falta lo primero, aunque va cobrando una importancia que antes no tenía. Con los años priorizas ese equilibrio emocional y sabes perfectamente lo que te lo proporciona y lo que te lo arrebata. Esa me parece una de las grandes conquistas de la madurez.

Dicen que el diablo está en los detalles. Juraría que la felicidad también. Para mí tiene mucho que ver con la libertad, con ser dueña de tu tiempo. La juventud será un divino tesoro, pero el tiempo también lo es. Un mal día se puede enderezar si te procuras la tranquilidad que requiere tu espíritu. Esos ratitos en los que disfrutas de la placidez doméstica y los que compartes con los afectos correspondidos, los lugares metafóricos o físicos en los que te sientes en casa, se convierten en mecanismos de supervivencia. Placeres asequibles, analgésicos para el alma.

Agradecer lo que tienes, no pedirle demasiado a la vida. Rodearte de esas personas y momentos que te hacen el camino más llevadero. Un poquito (o un muchito) de auto indulgencia, de quererte y valorarte. Y por supuesto, la esperanza de que algunos de tus deseos se materializarán, pues (no lo dudes) está en tus manos que así sea.

miércoles, 7 de mayo de 2025

Del profundo mar en calma

Ya sea el mar de Homero y Ulises, el querido Mare nostrum (“será porque mi niñez, sigue jugando en tu playa...”) por el que transitaron tantas civilizaciones que constituyen el sustrato cultural nuestra historia o la inmensidad del Atlántico que baña las costas de Andalucía Occidental y nos conecta con el continente americano (prefiero pensar que nos une a que nos separa), siempre me ha parecido un tesoro de esos que la vida te otorga sin esperar nada a cambio.

Sería un privilegio tenerlo más cerca, aunque me las suelo apañar  para disfrutarlo. Sobre todo la costa granadina y la gaditana, que son las que más frecuento. No es “el mismo mar de todos los veranos”, pues muta como el agua de los ríos. Sin embargo me devuelve sensaciones dulces como el almíbar.

Anhelo impaciente la primera escapada playera del año, que se produjo recientemente. Representa el pistoletazo de salida de la temporada, uno de los más valiosos regalos que trae la primavera. Me resetea, posee un componente terapéutico que me inyecta bienestar. Debería imponerse por prescripción médica. Apuesto mi biblioteca a que a la mayoría nos alegra el alma como un rayito de sol.

Me atraen las historias de piratas, los naufragios y mapas del tesoro, las aventuras náuticas. Conrad, Stevenson, Melville y otros tantos. Profeso particular devoción a “Los barcos se pierden en tierra”, esa compilación de artículos revertianos en los que plasmó su pasión marítima.

Entre mis antepasados se cuentan un buen número de marinos, como Manuel Montes de Oca o Pascual Cervera. Quizás las leyes de la genética tengan algo que ver, aunque nos separen varias generaciones.

La mera contemplación del mar me resulta hipnótica y sedante. En mi ranking particular pocos momentos se pueden equiparar a esa hora mágica en la que el astro rey tiñe su superficie de reflejos dorados. Nunca he visto atardeceres como los gaditanos, en los que se va escondiendo tras el horizonte dejando una estela anaranjada.

Hace años empecé una novela con el mar como protagonista, pero la he interrumpido tantas veces que no sé si llegaré a acabarla algún día. Como decía Almudena Grandes, cuando te bloquees abandona esa historia y dedícate a otra. Y le hice caso. Tiempo atrás publiqué un relato corto titulado “Los secretos del mar”.

Me resulta inspirador, el summum de la desconexión. Es el lugar al que siempre deseo volver, pues la energía que me aporta no tiene rival.

Así que mi mente ya está fantaseando con la siguiente dosis, deseando que esa adicción jamás se extinga. 

Montañas y bosques

En  otros tiempos solía hacer un viaje familiar al norte de España para apreciar el colorido del paisaje otoñal, más tardío y escaso en Anda...