Cualquiera diría que he estado todo el verano de vacaciones. Ni siquiera el mes de Agosto entero... Pero sí dos semanas que me han sabido a gloria. En cualquier caso, al comenzar Septiembre siempre me embarga esa sensación de “vuelta al cole” que implica nuevos comienzos. No importa si trabajé la semana pasada, si estuve volcada en preparar una entrevista grabada para no parecer la neófita que soy en esas lides o si me quedan días libres (mis últimos lingotes de oro, que debo administrar con astucia).
La estancia en el pueblo blanco nunca defrauda mis altas expectativas, pues da lo que promete e incluso alguna propina inesperada. Ese pequeño paraíso que te hace sonreír el alma. Que compensa cansancios, esperas, olas de calor que parecen tsunamis. El tesoro al final del camino que en ocasiones se te antoja interminable. El talismán que compensa esfuerzos, esperas, preocupaciones... retribuyéndote con delicias en la mejor compañía y un escenario de cuento. Aunque sepa a poco, el cuerpo y la mente lo han saboreado a conciencia, rebañando el plato con avidez.
Volviendo a lo que pretendía contar, que me pierdo en divagaciones, mi vida no cambia sustancialmente con respecto a la semana pasada. Sin embargo, hay un aroma distinto en el aire. A rutina (aunque apenas haya escapado de ella), a final del verano (a pesar de que no se perciba un atisbo de otoño hasta dentro de dos meses). A cuadernos nuevos, novedades literarias, estrenos cinematográficos interesantes, reactivación de la vida cultural. A café caliente, temperaturas menos subsaharianas, días más cortos y sin embargo no por ello menos productivos. Las multitudes regresan, la tranquilidad se ve sustituida por un ritmo difícil de ralentizar.
Últimamente el estoicismo me recuerda que la aceptación en ocasiones es sinónimo de sabiduría, que no debo desgastarme luchando contra lo inevitable, como los que se ahogan por nadar contra la resaca que los aleja de la orilla. Es más sensato mantener la calma, buscar soluciones. Tener un propósito, ejercer el autocontrol. Agradecer las dádivas recibidas, actuar con honestidad. Porque como decía el emperador Marco Aurelio en sus “Meditaciones”, la calidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos. Enfócate en mejorar, no pierdas energía en lo que no la merece. Y sigo creyendo que la inteligencia emocional es la más importante de todas, porque es la que te proporciona felicidad.

A mí también me ocurre en septiembre sentir que todo renace, que algo nuevo empieza, como si hubiese terminado de tomarme las uvas unos instantes antes, recibo el 1 de septiembre.
ResponderEliminarMuy sabio Marco Aurelio...
Besos 😘
Así es, Raquelilla. Da la sensación de que el año no empieza en Enero, sino en Septiembre. Y eso que nos queda veranito... Es un placer leer a Marco Aurelio, cuánta sensatez y qué vigente sigue todo lo que dice 😘
EliminarMuy bueno me ha encantado
ResponderEliminarPara mí el año nuevo es en octubre cuando cumplo años
¡Muchas gracias! Pues sí, es otro punto de partida 😉
EliminarSeptiembre siempre lo tuve como meta, es la frontera que cruzo hacia el otoño que ya se vislumbra. Lo espero con ilusión incluso desde mi época de colegial, a pesar de lo que ello significaba para los-as niño-as de entonces ¡y de ahora!.
ResponderEliminarAunque todo sea dicho, con tanta calor, creo que la barrera la tendré que pasar, muy a pesar mío, a octubre. Aún así, aquí queda mi oda a septiembre donde ya se percibe en lontananza el otoño que tanto me cautiva.
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Las hojas pintan su color de otoño,
y el sol ya no es un fuego que te quema.
Septiembre llega, y cambia el cruel retoño
de un verano que ya no nos apremia.
Se acortan las tardes, ya no hay más lamento
por la luz que se escapa en la ribera.
Un aire nuevo trae un dulce aliento,
y el tiempo lento la paz nos depara.
Adiós a la sandalia y al calor,
al mar que en la espuma dice adiós.
La escuela abre sus puertas con fulgor,
y la brisa es un canto entre los dos.
Y así, Septiembre, con tu abrazo fresco,
la vida renace en cada nuevo gesto.