viernes, 31 de octubre de 2025

Montañas y bosques


En otros tiempos solía hacer un viaje familiar al norte de España para apreciar el colorido del paisaje otoñal, más tardío y escaso en Andalucía. Esas escapadillas promovidas por mi padre solían incluir lugares preciosos ubicados en los Pirineos, Cantabria, Asturias o Galicia. En los últimos años había dos destinos ineludibles rebosantes de encantos: Santiago de Compostela y Pereda de Ancares, una aldea en mitad de un valle del Bierzo leonés. La tradición incluía hospedarse en el Hotel Miradoiro de Belvís en la ciudad del Apóstol y el Hotel Rural Valle de Ancares en Pereda.


Imposible olvidar el Parador de Santo Estevo, un monasterio benedictino convertido en hotel en el corazón de la Ribeira Sacra. Las habitaciones, dispuestas en torno a uno de sus tres claustros, eran las antiguas celdas de los monjes. Un privilegio que con el tiempo valoré en su justa medida.

También recuerdo con cariño las visitas a Aldeire (el pueblo de mi tío) durante mi infancia y juventud. Se sitúa al pie de Sierra Nevada, junto a un bosque lleno de castaños. No había casa sin chimenea, porque es una zona gélida.

Más recientemente la llegada del otoño trae a veces un fin de semana en Capileira, el pueblo más bonito de Las Alpujarras. Con escala técnica en la Fábrica de chocolate “Abuela Ili” de Pampaneira y un vinillo del terreno en “La Moralea”, de donde es imposible salir sin alguno de sus productos típicos artesanales.

Para mí cualquiera de esos paraísos rurales son un lugar inspirador que invita a aprovechar la simbiosis entre la paz y el frío para recluirse a escribir o leer lo que otros han escrito junto a un crepitante fuego. Con una taza de té y (por pedir que no quede) el sonido de la lluvia, a lo Jane Austen.

Me viene a la mente un puente de “Todos los Santos” en el que me devoré “La casa de los espíritus”, quedando enganchada a las letras de Isabel Allende. Como a ella, me encanta encender velas para atraer a las musas además de crear un ambiente cálido.

Por eso cuando llega el otoño pienso en bosques de hojas secas con arroyos de aguas cristalinas, en montañas nevadas, pueblos de piedra y chimeneas en las que asar castañas. Y aunque hayan cambiado muchas circunstancias, sigo anhelando viajar a alguno de esos lugares mágicos en los que la estación de las hojas caídas es como un cuento de hadas.




viernes, 17 de octubre de 2025

Caminos de ida y vuelta

El año pasado por estas fechas andaba yo “más liada que la pata de un romano”. Y muy ilusionada, también hay que decirlo. Tenía que acabar un libro sobre arte, pues había firmado un contrato que así me lo exigía. Debo aclarar que esa oferta me llegó gracias a mi participación en el podcast “Historiarte los sentidos”. Se la hicieron en primer lugar a su creadora, mi amiga Estefanía, pero estaba tan ocupada que tuvo que rechazarla y les propuso que lo escribiera yo.

El resultado fue “Caminos de ida y vuelta entre España y México. Pinturas de la Virgen de Guadalupe”. Al menos en el tema gocé de libertad absoluta. Con tan pocos meses me hubiera resultado imposible escribir sobre alguno que no dominara y acabarlo en el plazo fijado.


La editorial me presionó  para que entregara el texto en Octubre con el fin de poder presentarlo en Noviembre y así formar parte de “la campaña de Navidad”. El caso es que tuve que robarle horas a mi tiempo libre en esa carrera contrarreloj. Mentiría si dijera que no disfruté su elaboración, pero con un par de meses más habría trabajado más a gusto y podido revisarlo mejor. En cualquier caso, cumplí aquello a lo que me comprometí en el mes de Mayo.

Justo después tuve que organizar su presentación. La editorial ni siquiera participó en el acto, que implicó numerosas gestiones buscando una sala adecuada. Y por supuesto, tuve que prepararme una conferencia con Power Point (en el arte hay que mostrar las imágenes). Hablar en público no se encuentra entre mis virtudes, pero entiendo que es un requisito imprescindible si quieres vender un libro. Lo cierto es que salió bastante bien y la gente que me quiere vino a apoyarme.

Unos meses después, la editorial me comunicó que la Fundación Casa de México de Madrid estaba interesada en contactar conmigo. Habían encontrado mi libro (supongo que en el ciberespacio) y querían que diera una conferencia sobre el tema dentro de un ciclo de actividades paralelo a la exposición del Museo del Prado. Tras preparármela concienzudamente allí que me planté en pleno mes de Julio. La grabaron, lo que suponía una presión añadida, pero cumplí con mi cometido lo mejor que puede. En este caso también conté con familiares que me demostraron su cariño.

Terminado mis vacaciones en el pueblecito blanco, me contactó el fundador de una organización multidisciplinar de divulgación científica, humanística... proponiéndome una entrevista  grabada acerca de mi libro para su canal de Youtube. En pocos días repasé mis notas y se la concedí encantada.

Y recientemente me han invitado a dar una charla en mi pueblecito blanco acerca de una pintura de la Virgen de Guadalupe conservada en una iglesia que acaban de reabrir al público tras quince años cerrada. Esta me hace especial ilusión por el lugar, tan querido para mí.

Así que año y medio después de que surgiera todo, sigo inmersa en el universo guadalupano al que me trajo de vuelta “Historiarte los sentidos”. Feliz, motivada y muy agradecida. 

viernes, 10 de octubre de 2025

Otoño en Nueva York


Hace ya unos añitos que el destino quiso llevarme a la Gran Manzana. Me inspiraba cierta curiosidad, aunque confieso que no era uno de los lugares que me moría por conocer. Me atrae más la vieja Europa. Ciudades con historia y un poso cultural, paisajes naturales, escenarios mediterráneos o latinoamericanos. Seguramente, porque me siento más cautivada por el pasado que por el futuro. Pero mi primo se casaba allí con una encantadora neoyorkina, proporcionándome la excusa perfecta. Me dije: “Aprovecha, es ahora o nunca”.

Es la capital del mundo occidental, la “antigua Roma” del siglo XXI, el epicentro del capitalismo. El mayor plató de cine al aire libre. Cuántas veces hemos visto en la gran pantalla sitios míticos como Central Park, el Puente de Brooklyn, la Estatua de la Libertad o el Empire State Building.

La ciudad que nunca duerme, tan llena de referencias familiares que me parecía haberla recorrido antes. Esas escenas que forman parte del imaginario colectivo como el humo saliendo de las alcantarillas, los famosos taxis amarillos, los puestos callejeros de hot dogs, el Skyline al atardecer o Times Square de noche me hicieron sentir como en una película. Y todo a lo grande, demostrando que son la primera potencia mundial (algo que dicho sea de paso les encanta).

Lo cierto es que no soy fan de la cultura estadounidense en general, sin embargo me apetecía asomar la cabeza a ese peculiar universo. Constaté esa grandiosidad que conocemos por tantos testimonios visuales y escritos: La Quinta Avenida, Broadway, Washington Square, Wall Street, el Waldorf Astoria, la Universidad de Columbia...

Fue un sueño contemplar los escaparates de Tiffany (me faltó el café y el croissant, pero gocé como una niña chica) o visitar el Metropolitan, que es una auténtica pasada. Recorrer Central Park, lleno de ardillas juguetonas, lagos, fuentes, puentes preciosos e infinidad de vegetación con tonos rojizos y amarillentos.

Fui en Octubre, diría que una de las mejores épocas para ir a Nueva York. La temperatura era agradable, aunque más fresca que en España. La decoración de Halloween invadía cada rincón, había calabazas por doquier: en las fachadas de las viviendas, en las tiendas y restaurantes. Todo era Pumpkin pie, Pumpkin spice, Pumpkin coffee...

Me alojé en Brooklyn, aunque el meollo está en Manhattan. Las distancias eran brutales, acababa todos los días reventada a pesar de moverme en metro. Mi smartwatch me hacía la ola cuando llegaba al apartamento por tantos pasos registrados.

Probé esas pizzas enormes (aunque no son mis favoritas), unas hamburguesas deliciosas y una barbacoa autóctona en un asador typical american. También una singular cerveza de calabaza, como no.

Mi guía de cabecera fue “Lugares que no quiero compartir con nadie” de Elvira Lindo. Traté de visitar todos los rincones que recomendaba, aunque pocos días, un grupo grande, la agenda apretada y trayectos kilométricos no me lo ponían fácil. También tuve muy presente las andanzas neoyorkinas de Holden Caulfield con su gorra roja de cazador en “El guardián entre el centeno” .

Por supuesto, no se me iban de la mente “Cuando Harry encontró a Sally”, “Esencia de mujer”, casi toda la filmografía de Woody Allen, “Érase una vez en América”, “Tienes un e-mail”, y otras tantas películas ambientadas en Nueva York.

Cogí el ferry a Staten Island, saludando a “Miss Liberty”. La vista desde el piso 76 del Rockefeller Center fue un espectáculo. Me encantó la pista de patinaje sobre hielo tan emblemática con la escultura de Prometeo que hay junto a él. También el Jardín Botánico, la Biblioteca Pública y Grand Central Station. Imposible no recordar la escena del carrito de niño en caída libre por las escaleras de “Los intocables de Eliot Ness”.

Me impactó el Cloister Museum, en el que había claustros románicos catalanes y franceses llevados piedra a piedra. Sentí una mezcla de rabia y admiración. Como no tienen una cultura milenaria se la construyen con elementos ajenos. Chinatown y Little Italy me decepcionaron un poco. Y las estaciones de metro me parecieron sucísimas. Con avistamiento de enormes ratas incluido.

Sin duda merece una visita, pero es una ciudad en la que no me gustaría vivir ni tengo previsto volver. Eso sí, el Otoño le sentaba de maravilla. 

jueves, 2 de octubre de 2025

El Grand Tour

Algo me sonaba, pero fue recientemente cuando supe con más exactitud de qué se trataba el Grand Tour. Fue una iniciativa sobre todo británica, aunque se extendió a otros países europeos. Desde el siglo XVII, cuando los jóvenes de familias acomodadas acababan la carrera universitaria, realizaban un viaje de aprendizaje acompañados por un tutor para completar su formación académica con experiencias y el conocimiento de otras culturas.

Y qué queréis que os diga... me produce envidia sana. Poco tiene que ver con los actuales viajes de fin de carrera, mucho más lúdicos que culturales y en algunos casos exclusivamente ociosos. Últimamente a lugares idílicos como la Riviera Maya o Punta Cana, con objetivos más fiesteros y playeros que didácticos.

El Grand Tour podía durar meses e incluso más de un año. Italia era el destino favorito, pues entre sus propósitos se encontraba estudiar la antigüedad clásica, la historia y el arte de la vieja Europa. Como ya sabemos, Italia es un museo al aire libre. Un dispendio de columnas romanas, frescos, esculturas renacentistas, catacumbas paleocristianas y pinturas barrocas.

Tan jugoso periplo se fue internacionalizando a la vez que incluyendo a otro tipo de personajes con anhelos culturales y espíritu aventurero. También visitaban otros países centroeuropeos como Francia o Alemania, Grecia y hasta Oriente Próximo, buscando paraísos perdidos.

España tardó en convertirse en un reclamo. A comienzos del XIX aquí tenía lugar la Guerra de la Independencia contra los franceses, no estaba el horno para bollos. Además, la sombra de la Inquisición se cernía sobre los visitantes extranjeros, ahuyentándolos.

Literatos y artistas como Washington Irving, Chateaubriand, Merimée, Théophile Gautier, Stendhal (pobrecito, mareado por la belleza artística florentina), Mary Shelley o Lord Byron fueron algunos de esos viajeros románticos que encontraron inspiración y plasmaron sus vivencias en interesantes crónicas.

Lo cierto es que hoy día hay más facilidad para viajar de lo que ha habido nunca. Que los viajes se han democratizado y esa es una gran conquista social. Pero pocos poseen la inquietud de aprender más allá de sus fronteras, la capacidad de abrir la mente y dejarse empapar por otras culturas, la lucidez de entender un viaje como una experiencia vital de las más enriquecedoras que existen en lugar de una simple desconexión de la rutina o una fuente de contenido para las redes sociales. De todo hay en la viña del Señor. Y en algunos aspectos, soy de las que cree que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Montañas y bosques

En  otros tiempos solía hacer un viaje familiar al norte de España para apreciar el colorido del paisaje otoñal, más tardío y escaso en Anda...