No apresures el regreso a Ítaca

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.

Lo dice el poeta Konstantinos Kaváfis. No te obsesiones con el destino, disfruta de las aventuras y experiencias que te ofrece el trayecto. Una perlita de sabiduría.

Hemos normalizado tanto la vorágine en la que vivimos inmersos que hemos perdido el vértigo. Ni nos percatamos de que muchas veces la prisa por alcanzar un objetivo empaña el placer del proceso. Cuando se aproxima un acontecimiento que nos ilusiona, la espera se eterniza. Las horas parecen trascurrir más lentas, impidiéndote paladear la magia de las expectativas.

La perspectiva de las ansiadas vacaciones hace más llevaderos los calores saharianos, pero no hay rosa sin espinas. Como un preso cuando aguarda el día de su liberación, vas tachando los días que faltan. Tu memoria se retroalimenta de recuerdos felices, evocándolos como un antídoto contra la desesperanza.

No paladeas “el ahora” porque estás pensando en el mañana, y cuando echas la vista atrás te das cuenta de que día que se va no vuelve. Dicen que hambre que espera hartura no es hambre, sino gula. Sabes que la libertad sin horarios llegará, que nadie te va a quitar ese derecho. Sueñas despierta sin reparar en que la ilusión supera a la realidad. La idealiza, moldeándola a la medida de tus deseos.

Hasta que por fin aprendes que preparar el plato que te vas a comer también tiene su encanto. Que organizar un viaje constituye parte esencial de su deleite. Como arreglarte para una fiesta o fantasear con lo que está por venir. Entonces sonríes como si ocultaras un secreto, empiezas a gestionar tus emociones de una manera más sabia. De vez en cuando, aunque conozcas la dialéctica, te dejas dominar por la ansiedad. Pero no tardas en recordar que no es buena consejera. Porque cuando se aprende una lección en carne propia difícilmente la olvidas.