Como decía Borges, leer es una forma de felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz. Es un placer que te atrapa cuando tienes la suerte de sucumbir a sus encantos, creándote una maravillosa adicción que hace tu vida más bonita. No pretendo convencer a nadie, ni de esto ni de nada... Cada cual que busque sus aficiones y las disfrute.
Cuando escuché en la película “Martín Hache” (genial Aristaráin) eso de que “el que no lee es un tarado” porque se pierde mundos maravillosos compartí su argumento aunque jamás lo expresaría de esa forma.
Recientemente una influencer suscitó una polémica mediática por decir que leer no te hace mejor persona. Evidentemente que no, pero sí te aporta infinidad de beneficios. Con esa desafortunada apología se metió ella solita en un jardín. Inmediatamente la tacharon de inculta, frívola y otras lindezas generalmente adjudicadas a quienes se ganan el pan con las redes sociales. No soy partidaria de linchar a nadie, pero creo que cuando estás en la palestra pública debes medir tus palabras.
Coincido con Pérez-Reverte cuando sostiene (como Pereira) que los libros te dan una mirada, una perspectiva sobre el mundo que te rodea. Que son un refugio, un mecanismo de supervivencia. Para mí lo han sido en muchas ocasiones. El faro de mis tormentas, parafraseando a Virginia Woolf. Una herramienta para soñar, un billete para viajar. Puertas y ventanas, amigos leales, balones de oxígeno, analgésicos para el dolor, antídotos contra el desconsuelo. Remedios para el alma, como los consideraban los antiguos egipcios. Infalibles compañeros cuando la vida no es de color de rosa. Un lugar confortable al que siempre puedes acudir.
Decir que te enseñan es una obviedad. Más allá de eso, algunos dejan huellas profundas, trasmutándose en talismanes. Son referencias inevitables en lugares remotos que crees conocer porque un día estuviste en ellos a través de las páginas de un libro. Hojas de ruta cuando viajas. Estando lejos siempre tuve a la mano una historia que me acompañó en un autobús, en un aeropuerto, en un bar al que acudí sola o en una casa que no era la mía.
El espacio físico se multiplica para albergarlos. No importa cuántos tengas, nunca te parecerán demasiados. Tu biblioteca es tu patrimonio. En cualquier librería te sientes como pez en el agua. Un día deseas releer los libros que leíste hace tiempo y lo haces con otra mirada, encontrando nuevos hallazgos. Tu Olimpo de autores queridos se consagra y amplía con el paso de los años. Anotas aquellos en los que anhelas sumergirte. Como quien tiene un tesoro oculto, te sientes afortunada sabiendo que ese portentoso recurso te acompañará de por vida.

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